Killing me softly

viernes, 30 de marzo de 2012

Esta semana me ha ocurrido un suceso que encarna, un sentimiento compartido seguramente a nivel mundial. Que no es exclusivo de las mujeres, y que probablemente le pasará también a los hombres. 
Un momento en el que pensamos: ¿De verdad lo está considerando? ¿Qué le respondo? ¿Por qué accedí a hacerlo? ¡Quiero irme ya! 

La moraleja que deja tras de sí, es de no olvidar, y nos indica que debemos saber seleccionar con quien ir o no a una tienda. 
Creo que como a muchas, encuentro una experiencia enriquecedora ir de compras, ver exhibiciones, mirar colecciones, y analizar todo. Y esperaba que esta no fuera la excepción.

Acompañando a este sujeto, que amablemente me ha invitado a que miremos lo que ha llegado a determinada tienda, porque le han dicho que es muy bueno, accedo a entrar. Confiando a ciegas en el gusto de ella, imaginé que encontraría allí, al menos alguna de las prendas que están en mi lista mental de lo que quiero tener. 

Entramos. La dueña nos recibe con una sonrisa genuina, y emocionada dijo que habían llegado cosas súper, comentario que aumentó mi expectativa. 

Así, lo primero que observo es que en realidad no ha llegado nada nuevo, o por lo menos si lo trajeron, está muy pasado de moda, exageradamente. En ese momento aspiré a colocar mi mejor rostro social para que no revelara lo que pasaba por mi mente, cosa que se me hace un poco difícil: ¡el lenguaje corporal es el delator por excelencia! 

Disimulando mi sentimiento de estar fuera de lugar, comencé a mirar las prendas que allí tenían. Dentro de la cantidad de piezas que efectivamente no me gustaron, hubieron dos que sí: una blusa igual a una que ya tengo, y un cinturón delgado azul eléctrico que no era escandaloso, y parecía ser de buen material. Hasta ahí, pude sobrellevar la situación, aún cuando sentía que el tiempo corría mas lento de lo normal, y lo único que deseaba era salir de allí cuanto antes.

Avanzando encontramos la sección de los bolsos. Quien me invitó me preguntó si me gustaban: por supuesto me encantan los bolsos, pero esos en particular, no. 
Ocultar mi pensamiento no podía, y al decirlo evitaba que en el futuro cercano o lejano, me regalara algo parecido a lo que allí estaba exhibido. De esa manera, como dicen popularmente, maté dos pájaros de un mismo tiro (pobres pajaritos). 

No soy muy amiga de los monogramas, y menos de aquellos que son vilmente falsificados con letras o logos distintos a los originales, rellenos de paletas de colores extravagantes y disonantes, que me gustaría descifrar el halo que encanta a las mujeres para les hace creer que rebosan de estilo.

Luego, surgió el enigma. Una nueva clienta entró al local, y automaticamente se mostró sorprendida al ver tanta ropa "divina". Su nivel de impresión me sobresaltó: ¡como osaba decir eso!
No parecía ser una mujer de escasa cultura o de bajos recursos económicos, para de pronto tener una justificación de su pensar, aunque eso no es de nuestra incumbencia, ya que finalmente el buen gusto no  pertenece a estratos. 
Se llevó varias prendas, mientras a mí me inundaba el sentimiento de decirle que eso no le favorecía.

Ni siquiera mirándose en un espejo de cuerpo entero -de pared completa- se puede vencer una mala elección mientras la convicción sea fuerte. 

Tardamos unos cinco minutos mas, y salimos de allí. ¡Fue tan agradable respirar aire fresco! Experiencias de vida, experiencias.

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